Gato Azul Peralta cuenta su historia de vida y la de su padre, signadas por una mítica banda del rock argentino - Infobae

2022-08-19 18:36:51 By : Ms. tongtai shoes

“Yo soy un medio para pasarle a la gente un montón de cosas, experiencias, poemas y música de mi viejo”. Sentado en una mesa de uno de esos bares de Palermo que de tan saludables dan ganas de irse sin pedir, escudado detrás de unos anteojos oscuros que ni siquiera amaga a quitarse, Gato Azul Peralta define con honestidad brutal su rol como frontman de la nueva reencarnación de Los Abuelos de la Nada, que este sábado 20 volverán a salir a escena en el ND Teatro porteño.

Al fin de cuentas, Gato Azul siempre estuvo ahí. Desde su presencia seminal en la tapa del legendario álbum Miguel Abuelo et Nada que lo retrata rodeado por el brazo derecho de papá en los finales del 1972 del juglar argento que justo diez años después pondría a bailar al rock de acá, junto con Gustavo Bazterrica, Polo Corbella, Cachorro López, Daniel Melingo y Andrés Calamaro; un dream team digno de la mejor agencia de castings del género.

También fue parte de la versión de “Mariposas de madera” que Miguel grabó en su álbum Buen día día, en el que además sumó algunos coros, y participó de la grabación de Cosas mías, el quinto trabajo discográfico del grupo, al que se habían incorporado el guitarrista Kubero Díaz y el tecladista Juan del Barrio, más Corbella y Marcelo Chocolate Fogo, primo y compañero de vida incondicional de Gato en las buenas y en las malas, quien murió en julio de 2020.

Ahora, junto con Díaz y Del Barrio, viejos amigos de su padre, además de Jorge Polanuer, Sebastián Peyceré, Alberto Perrone y Frankie Langdon, a sus 50 años el cantante se pone al frente de una marca musical indeleble para la escena local, al mismo tiempo que lleva adelante la refacción de la casa que lo vio llegar de Europa y hoy es su hogar, en algún lugar del fugazmente famoso AMBA.

Según recuerda Juanjo Carmona, biógrafo de Miguel Abuelo y autor del libro El paladín de la libertad, en un audio que el propio Gato Azul obtuvo y se encarga de reenviar, la leyenda dice que le pusieron Gato Azul porque su papá se había tomado un acido para contrarrestar el estado de pánico en el que entró en el momento próximo al nacimiento de su hijo.

“No se sabía si era que le agarró como un ataque de pánico y se clavó el ácido o si lo hizo en el momento en el que tu mamá tuvo las contracciones y le flasheó esa”, dice el productor y periodista. Y completa: “Alguien me dijo que el ácido tenía un gato azul, pero no lo podría confirmar. Lo que varias personas me confirmaron es que él estaba de ácido y ahí se decidió como ese nombre. Igual, creo que era el color favorito de tu vieja, también, y ellos tenían una amiga que se llamaba Gato. Una chica muy amiga de tu vieja, que era la novia de Tanguito. Pero no sé si el nombre tiene tanto que ver con eso o con la parte más lisérgica”.

Del Europa al conurbano sin escalas

“Es conurbano. Es muy triste el conurbano, ahora”, dice. Y sigue: “Cuando llegué, en el 79 estaba todo dividido con una maderita así. Ahora tengo un paredón de dos metros, con alambre electrificado arriba todo alrededor. Lo bueno es que hago cincuenta metros de la ruta y ya estoy en casa. Porque no pasa nada, pero igual… Es un desastre.”

—Vos llegaste en el 79, a los 8 años. ¿Qué había pasado en tu vida hasta entonces?

—Hasta ahí, no tengo tanto recuerdo, pero… Inglaterra, Francia, España, Holanda… Tuve como un tourcito. No me acuerdo bien, pero siempre ahí, con mi viejo y mi vieja; después con mi viejo, después con mi vieja. Eran muy conflictivos. Eran dinamita. Mi vieja era difícil. Tengo buenos recuerdos, pero también malos.

—Me mandaron solo: mi vieja.

—Mi viejo estaba en Ibiza.

—¿Cómo fue subirte a un avión solo, a los 8 años, y rumbo a un país que te era desconocido?

—No sé. No la estaba pasando muy bien con mi vieja. Con mi viejo la pasaba bastante bien, pero con ella era medio raro. Me subí y fue todo muy loco. La casa a la que llegué era una mansión, y fue todo muy lindo, todo muy estructurado. Yo soy taurino, me gusta la familia, así que para mí fue todo muy bueno.

—Pero nunca habías estado en la Argentina.

—No. Pero llegué, conocí a mis abuelos, y ahí estuve unos dos años. Me mandaron a la escuela, a la iglesia, venía el cura todos los domingos. Mis abuelos eran polacos, supercatólicos, ortodoxos practicantes. Bogdan era el apellido.

—¿Hablaban en polaco o en castellano?

—No, ¡en polaco! ¿Czy rozumiesz po polsku? (¿Entendés polaco?)

—No, pero rozumiu por ukrainske (entiendo ucraniano).

—Ah, mirá. Bien. Yo, apenas… Pero me acuerdo de mi abuela, que hablaba en polaco.

—Cuántos mundos o maneras distintas de ver la vida conviviendo en un nene de 9 años, ¿no?

El regreso de Miguel a la Argentina cambió por completo la rutina de Gato, que fue a vivir con su papá en un departamento de dos ambientes compartido con su abuela materna, su tía, dos primos, una prima y Mirta, la mujer del momento de su padre. “A él le gustaba estar de novio”, suelta al paso.

Por las dudas, aclara que el paso de ser tres en una mansión a ser ocho en un dos ambientes no fue para nada traumático. “A mí me encantaba. Tenía el colegio al lado. Todo depende, más que nada, de cómo es tu entorno. Mi abuela, hermosa… La pasábamos bárbaro. Y ahí mi viejo estaba empezando con todo esto de Los Abuelos”, cuenta.

La vida y la libertad

—¿Qué lugar ocupabas en ese momento, en medio de toda esa vorágine?

—Ahí, como a mi viejo le empezó a ir un poco mejor, nos fuimos a vivir a Serrano entre Charcas y Güemes. Nos fuimos a una casita muy linda yo, mi primo Marcelo Chocolate Fogo, bajista de Los Abuelos de la Nada, y mi viejo, que siempre tenía una novia. Le gustaba que alguien hiciera de mamá.

Ahí pasamos un montón de tiempo, durante el cual explotaron Los Abuelos, se separaron, se rearmaron… Y mientras tanto, estaba siempre en el medio. Era parte de las situaciones, en el medio de todo lo que tenía que ver con Los Abuelos, porque desde ese momento y hasta que murió, siempre viví con él.

—Imagino una vida muy “intensa”, en plena década del 80.

—Te acostumbrás. No, “te acostumbrás” no es la palabra. Lo naturalizás. Igual, mi viejo se cuidaba con las cosas que hacía delante mío. Convengamos que hay muchas formas de familia, y él hacía bien las cosas. A mí no me faltaba nada, la pasaba bárbaro, era feliz, me daba todo… Yo era medio bravito; medio que no me podía parar, a veces.

—Mucha libertad. Hay veces que no sabes cómo pararla a tanta libertad. Mi viejo no sabia muy bien cómo pararme la libertad a mí.

—Libertad. ¿Qué interpretás? ¿Qué imaginás? En Ibiza, yo ya andaba solo por la calle. Sabía caminarla, iba, venía. Ya estaba fogueado. Aunque también era otra época, y tampoco es que hacía lo que quería.

—¿Qué relación tenías con la música?

—Mi papá trabajaba dentro de la casa. Tenía unos equipos bárbaros, un montón de vinilos, y yo estaba todo el día escuchando lo que escuchaba él y cuando componía. Después íbamos a la sala de ensayo y a los shows. ¡Era el buchón de mi viejo! Si alguno estaba tomando whisky por ahí, se lo buchoneaba. Me tenía medio de espía. ¡Jajaja!

Estaba todo el tiempo compenetrado con lo que estaba pasando. De hecho, ¡sabés que hice coros y canté un tema con mi viejo en el disco Buen día, día? Me presionó mucho para eso, para cantar “Mariposas de madera”. Eso lo recuerdo como mucha presión, porque llegar en el estudio a lo que mi papá quería fue bravísimo. Una tortura.

—Es como cuando vos tenés al lado a tu papá que te dice “estudiá”; y vos “¡Ahhh!”.

—¿Estar ahí era una elección tuya o un mandato?

—No, estaba buenísimo. Después grabamos en Cosas mías, y participé ahí también. Era parte de mi vida: mi camino era ese. Después murió mi papá, y bueno… Pasaron un montón de cosas.

—¿Qué sucedió en ese lapso?

—No me acuerdo. Por suerte, no me acuerdo. De todo pasó, pero ya está: pasó. Estuve en Europa un tiempito, en Córdoba, donde tengo parte de mi familia materna… La muerte de mi viejo me dejó totalmente descolocado. Lo que pasa es que tendría que hablar de cosas que no están buenas. Si querés, cuento un poquito.

—Cuando mi papá se muere, yo vivía con él y con mi primo en Serrano. Todo eso fue muy fuerte. Y mi mamá, una mujer muy problemática que, lamentablemente, lo único que hizo siempre fue joder a todos: familia materna, a la mía, a mi viejo, a mí… La verdad es que no fue nada bueno.

Pero bueno, pensamos seguir viviendo juntos con mi primo, en casa. Nos fuimos a tirar las cenizas de mi papá a Mar del Plata, pasamos una semana con Irineo Suárez y Teresa Aldao, que era una novia que él había tenido en Ibiza, con quienes viví… Una mujer fantástica que me bancó después. ¡Impresionante! Y cuando volvimos, quisimos entrar y no pudimos.

Había entrado mi mamá con un abogado y yo terminé en la calle. Ella se quedó con todo, y ahí quedé descolocado. Me fui a vivir a lo de Techi (Aldao); ellos me contuvieron. Los amigos de mi papá, muy poco… Está bien, no es su obligación. Pero la verdad es que no estuvo muy bueno después de que murió mi viejo.

—Y te alejaste de su música.

—Sí. Totalmente. Tenía 17 años, no tenía oficio, no tenía ni la primaria hecha; un desastre. Iba deambulando por la calle, prácticamente. Y bueno, estaba en otro tipo de situaciones como para subsistir, para llevar la vida. Muy triste, muy destruido. Estuve como diez años soñando que me despertaba y estaba con mi viejo. Hasta que, de a poquito me fui acomodando.

Las situaciones por las que pasó Gato, y que deja de lado en la charla es un combo de adicciones, viajes, robos, una detención y una condena que ya son parte de un pasado que comenzó a cambiar de rumbo con un homenaje a Los Abuelos de la Nada en el Roxy, al que se sumó alentado por su primo Chocolate. “Estábamos Polo, el Vasco, Chocolate, Polanuer, creo… Nos lanzamos y nos empezó a ir bien. Me mandaron a estudiar canto…”, recuerda.

Sin embargo, la experiencia duró poco. “Otra vez mi mamá haciendo de las suyas. Los Abuelos de la Nada es una marca registrada, y ella empezó a decir que no quería que yo tocara… Y yo, ‘¿Qué querés que salga a hacer? ¿Otra vez me querés en la calle haciendo cosas que no están buenas ni para mí ni para los demás?’ Porque yo muy buenito no soy cuando me acorralan. Pero hoy por hoy la marca es mía. Los Abuelos de la Nada son míos”, concluye.

Un Abuelo de la Nada siempre será un Abuelo de la Nada

—Asumir el lugar de Miguel es un desafío muy grande. ¿Te costó pararte ahí?

—No; yo soy yo. Hay que acostumbrarse, hay que entrenar, hay que practicar, y de a poquito te vas soltando. Pero no vas a ir preso, no te van a matar, así que no pasa nada. Da un poquito de cosa subirse al escenario. Pero yo, para adelante; siempre para adelante, como el elefante. Igual, me tomo un par de cervezas –no me interesan otras cosas hoy–, una medida de whisky, y por ahí subo un poquito duro al principio, pero después está buenísimo.

—¿Te dan ganas de hacer canciones nuevas para los Abuelos? ¿Existe esa posibilidad?

—Todo existe; lo que pasa es que también hay mucho material de mi viejo para compartir. Y a mí me gusta. Yo soy un medio para pasarle a la gente un montón de cosas, experiencias, poemas y música de mi viejo. Soy el hijo, más o menos cumplo bien con mi papel, me gusta lo que hago, y hay mucho para brindar que creo que a la gente le interesa.

—¿A qué gente? ¿A la que seguía a Los Abuelos antes? ¿a los chicos?

—A todos. Esto es para todos. Creo que la música que hacemos da para que la escuche cualquiera. Después, te puede gustar el género o no. Pero es música popular.

—¿Qué pasa con los Abuelos que no están en la banda?

—Los Abuelos de la Nada siempre son Abuelos de la Nada. Pueden venir, ir, volver… Ahora tenemos una formación, pero un día, para algún show, puede venir Andrés, que es un Abuelo. Melingo está con mucho trabajo, pero también viene; Gringui (Herrera)…Siempre están.

La herencia y la fórmula de ser feliz

—¿Qué crees que te diría tu viejo si estuviese entre el público?

—Me estaría volviendo loco. Pero es como dijo Kubero, que está claro que quería que hiciera esto. Porque lo sé. Y me presionaría. Miguel tenía una cosa, que era sacar lo mejor de cada uno. Tenía una magia: te miraba y sabía cómo hacer que vos brillaras.

En esta nueva etapa de la banda, que comenzó poco antes de que la pandemia de COVID-19 lo trastocara todo, Los Abuelos grabaron sus viejos clásicos con amigos de entonces, como Gringui Herrera, Miguel Zavaleta y Ricardo Mollo, y de ahora, como Natalie Pérez, Connie Isla, Bandalos Chinos y Benjamín Amadeo, entre otros.

Una especie de puente entre épocas que para Gato está basado en la atemporalidad de la música creada por su padre y sus “socios”. “Si vos hoy ponés a un nene de 7 o 10 años a escuchar a Los Abuelos, o de 13 o 14, les va a gustar. No puede no gustarle. No importa que las canciones hayan sido hechas hace cuarenta años. Cuando vos escuchás Led Zeppelin no pensás en cuándo hicieron esos discos”, reflexiona.

—¿Qué sentís que heredaste de Miguel?

—Los celos por las mujeres. ¡Jajaja! Me gusta hacerme golpear cuando me miran a mi mina. Saltar y que me caguen a palos. Soy muy celoso, en general, de mis amigos, de mi novia, de mi familia… Pero es una pregunta que nunca me planteé.

Creo que soy noble, correcto y justo. Eso creo que es parte de mi escuela con mi papá y de mi barrio. Palermo me ha dado mucho antes y después de la muerte de mi papá. Me ha forjado. Lamentablemente, no tuve padre ni madre después de que murió mi viejo, así que la calle fue la que me enseñó. Gente con códigos. De pocos recursos, de muchos, ladrones, trabajadores… Lo que vos quieras. Pero todos con la misma mentalidad en los valores éticos y morales. Eso es algo que te sale de adentro: ser justo. Las injusticias no me gustan.

—Por elección. A mí me gusta mucho la familia. Pero viví muchos quilombos y pasé por muchas cosas que yo a un hijo no se las hago pasar. No quería traer un hijo a un quilombo. Hoy por hoy, si quisiera podría tener un hijo. Estoy grande, igual, pero tengo un orden económico, mental, espiritual. No te digo que soy perfecto: la birra no la dejo ni en pedo. ¡Jajaja!

—Decías que hay mucho material de Miguel por descubrir…

—Sí. Hay poemas, hay mucho grabado por él con su guitarra a lo que hay que darle el formato de banda. Ya lanzamos dos temas nuevos, pero vamos tranquilos y a paso seguro.

—Los agarró la pandemia apenas estaban empezando a levantar vuelo.

—¡Sí! ¡Casi no salimos del Perú! Al día siguiente cerraron todo. Si nos quedábamos allá, me ponía los borceguíes y salía a a cruzar la selva. Para mí es una papa. Jaja. ¡Me pongo una vacuna para las víboras y la cruzo! Pero por suerte logramos volver.

—¿El 20 de agosto están en el ND Teatro y el 15 de septiembre en La Rioja? ¿Cómo sigue la cosa?

—Viajamos a San Juan, Mendoza… No recuerdo bien las fechas. Yo voy y hago. Y cuando tengamos un poquito de tiempo tenemos que seguir con otro material. Pero todo tiene que ser con mucho cuidado, porque, como decía mi viejo, no hay que bajar el nivel de esta comedia. Hay que mantener la vara alta. Y lo importante es hacer lo que a uno le guste.

Yo no voy a cantar un tema de alguien porque vende. La música está medio mediocre, pero nosotros tenemos nuestro público anciano, nuestro público actual y los niños. Los Abuelos siempre van a andar, y no hay una banda parecida: somos únicos.

—¿Te quedaste con cosas para decirle a Miguel?

—Sí. Igual, no hablo mucho de mi viejo porque la verdad es que todavía no lo lloré. Tengo que estar muy fuerte para llorarlo, y todavía no puedo hacerlo. No puedo bajar los brazos.

—¿Hacer su música es una forma de mantenerte fuerte?

—Los Abuelos son terapéuticos. Por ahí entrás, los dos o tres primeros temas no pasa nada, pero al final terminás parándote y bailando. Por ahí venís de un velorio, de pelearte con tu mujer, tenés quinientos problemas, estás durmiendo en la calle, pero en ese momento se te pasa todo. Y eso es muy saludable. Reírse, bailar, cantar cura cánceres. Después, se bajarán y bueno… Pero al menos tuvieron un momento que hace bien. No hay apologías de ningún tipo, excepto al amor.

—¿Y es terapéutico también para vos?

—Yo tengo que cantar, pero me tomo una medidita de whisky y va todo a tomar por culo. Me paro y bailo, canto, la paso bien… Está buenísimo.