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La oscura tienda erótica de los 90 persiste, pero convive con nuevos negocios que sacan todo el jugo a un sector que, desde 2020, no para de crecer: el de los productos sexuales para la salud y el bienestar
En una calle estrecha de Madrid, oscura a pesar del sol de junio, llama la atención un local pequeño. Sin grandes carteles ni anuncios. La gente sigue su frenético ritmo y los pocos que se detienen miran a ambos lados antes de empujar la puerta y entrar, apresurados, al comercio. Sus empinadas escaleras bien podrían conducir al infierno. Paredes negras, neones rojos. Huele a alcohol y humedad y, al levantar la vista, se abre ante uno el vicio en su amplio sentido bíblico.
«Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar». Corintios 10:30.
No se sabe cuánto aguantarán en un sex-shop como el que se acaba de describir. Pero las estadísticas apuntan a que poco: entre un 65% y 70% de los ingresos de una tienda erótica provienen de sus ventas por internet. El principal motivo es la discreción, seguida de la comodidad. Y así se evitan locales que resisten tal y como eran. Como en una máquina del tiempo, transportan por ejemplo a lo más sórdido de 1992.
En una de las paredes se apilan películas VHS con chicas desnudas, sepultadas por la amplia capa de polvo de la carátula. Hay arneses, correas y una muñeca algo deshinchada con una peluca rubia estilo Uma Thurman en Pulp Fiction. En una vitrina decorada con velas artificiales, se expone lo que parece el producto estrella: un pene hiperrealista con venas bien marcadas de plástico duro. En blanco o en negro. Al girar la vista, cuatro cortinas tapan lo que se intuye que son... ¿probadores?
Al salir, la calle oscura tiene más luz que nunca. A pocos metros, en el mismo barrio, hay un comercio amplio y grande, con una fachada rosa y blanca que evoca al algodón de azúcar de las ferias. Un grupo de amigas entra mientras hablan distraídas. Tras el mostrador, una chica menuda y muy sonriente etiqueta unos tarros parecidos a los de las cremas faciales. Sus letras cursivas en color turquesa indican: lubricante. Los pasillos se ven relucientes. Y sobre las estanterías se posan unos juguetes sexuales con un estilo similar al de los artículos de decoración. Podrían colocarse en la mesa del salón y no desentonarían.
-Este lo tenemos en verde y en fucsia, dice la dependienta.
-Tía, a mí me gusta más el rosa.
-Y luego, tenemos este otro con doble función.
-Ah, pues por la diferencia de precio me llevo éste.
Cambian los formatos y las tecnologías, como con los móviles. Pero al final, todo está en la cabeza
La conversación resulta natural. Tres amigas y una vendedora. Como en una tienda de ropa o una perfumería. Cerca de ellas, una pareja ojea un libro. En letras de colores, con ilustraciones de acuarela, en la portada se lee Kamasutra.
Esta vez también se ven arneses, pero decorados con arandelas plateadas. También hay tangas con perlas y sujetadores con diamantes al más puro estilo Dior. Las fotografías tienen un punto erótico más sutil que explícito. Como si fuera una tienda de caramelos, todo resulta sugerente, prácticamente comestible; apetece. Y apetece también tocar, preguntar, mirar, tranquilamente.
Entre ambos comercios hay una distancia de 500 metros. Pero la distancia temporal es de al menos 20 años. ¿Qué nos ha ocurrido?
«El cambio es social», asegura Jesús Miguel Pérez, propietario del sex-shop Be Lover. «No hay nada nuevo. Cambian los formatos y las tecnologías, como con los móviles. Pero al final, todo está aquí», dice mientras se señala con el dedo índice la cabeza.
En los últimos seis años, el negocio de los juegos eróticos se ha disparado de forma exponencial. Un 65% de las mujeres y un 50% de los hombres españoles admite recurrir habitualmente a estos utensilios. Según un estudio de la escuela de negocios INSEAD, en España, esta industria movió 145.603 millones de euros en 2019, un año clave en el sector debido a la irrupción del Satisfyer. «Fue un fenómeno social», dice Pérez, «a partir de ahí, hubo una revolución».
Ha cambiado la mentalidad, pero también la oferta de consumo. Los juguetes ahora tienen diseños atractivos, anuncios llamativos y su normalización empezó en las redes sociales. La plataforma Platanomelón fue de las primeras en reformular el concepto de sex-shop. Su publicidad más potente recae, como cualquier otro producto, en las influencers que lanzan sorteos y promocionan productos sexuales de distintos colores, formas y tamaños, fomentando la imagen que la propia marca quiere dar: el sexo es salud. Natural y divertido. Y dale a tu cuerpo alegría, Macarena.
Sabemos que un 63% de las mujeres "busca un juguete erótico para usar ellas mismas". El dato se extrae de una muestra elaborada durante tres años también por Platanomelón a 65.000 personas. También se desvelaba que un "72% de los encuestados busca orgasmos más profundos". Dice la sexóloga miembro de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología Diana Fernández Saro que "en el mercado han aumentado la variedad de productos, la horquilla de precios, la accesibilidad en su compra" y también que la gente se gasta más dinero que antes en estos instrumentos.
Pero se pregunta también si este "aumento en la venta de artefactos para la erótica favorece la opinión sobre las bondades del placer, predispone al autoconocimiento, fomenta el juego en las relaciones y la indagación sobre las posibilidades de nuestro cuerpo".
Según la encuesta de Platanomelón "hay estudios que apuntan que un 60% de las mujeres tiene un vibrador en casa, y eso teniendo en cuenta que muchas veces el dato no es 100% real debido a la existencia de tabúes pero, por suerte, el uso de juguetes eróticos empieza a entenderse como algo tan natural como ir al cine o salir a cenar", explican.
Ha cambiado (casi) todo. Salvo una cosa: «Es algo hipócrita, la verdad», comienza Pérez. «Yo no puedo dejar entrar a un adolescente. Posiblemente sepa mucho más de sexo de lo que yo puedo ofrecerle en mi tienda pero, por ley, si entra la multa la pago yo».
Sexo libre. Sexo seguro. Sexo sin límites, y bienestar... pero sólo para mayores de 18.
Durante el año en que inició la pandemia el asunto terminó de dispararse. En 2020, la venta de productos sexuales aumentó más de un 300%, y la tendencia se mantiene, aunque menor. En 2021, el incremento fue del 30%, según una investigación de Atida/Mifarma sobre los hábitos y tendencias de consumo de productos sexuales españoles en nuestro país. Según su radiografía, las mujeres son las que más compran artículos de bienestar sexual, hasta en un 70%.
Y así fue como los negocios eróticos poblaron las calles más in de las ciudades españolas. Sin esconderse y sin pudor. «Es la liberación de la mujer», dice Jesús Miguel Pérez. «50 Sombras de Grey le gritó al mundo: 'Oye, que no estás loca porque te aten a una cama'».
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Así que esto era la revolución femimista: masturbarse como mandrilas. Pensaba yo que era ponerse a la par con los hombres en descubrimientos científicos, avances médicos u obras de arte